miércoles, 22 de abril de 2009

LA UNIVERSIDAD DEL ATLÁNTICO

¿Qué te puedo decir…? Sentí un completo miedo, nunca lo había sentido, ni cuando supe que mi papá se encontraba retenido en una de las carrteras de Colombia por las farc. Eso... más el saber de la impotencia que llega en ese preciso momento, de que el mundo pasa por completo delante de tus ojos, y que al mismo tiempo sigue su cauce como si nada… En diferentes ocasiones había estacionado mi carro en las instalaciones de ésta universidad, pero nunca había tenido la oportunidad de entrar. Sólo cruzaba al centro comercial que se encuentra en el frente. Uno sabe de la existencia de informes en los diarios y en las noticias en que allí hubieron confrontaciones con las fuerzas del Estado, pero, como uno no lo vive, no le toma importancia, y mucho menos la gravedad de esos sucesos.

Era viernes, la portería tenía un vigilante en la entrada izquierda, y a la derecha se encontraba un señor con porte de vigilante, pero vestido de civil. Era él quien guía.

– ¿Donde se encuentra las oficinas del SENA? – le pregunté al señor de civil.

– En el corredor que se encuentra a tú izquierda, en la puerta del fondo – respondió.

Caminé unos diez metros desde la estación de vigilancia. Vi que el corredor se encontraba en la penumbra, sólo la luz de la tarde iluminaba parte de éste. Caminando hacia él, en el mismo instante en que me cubría la poca luz entró en mí un miedo que no había sentido antes, era meterse en la boca del lobo, pensé en un instante que me iba a salir un encapuchado y quitarme mis pertenencias o, agredirme por tener cara de Uribista. No sólo fue el pensar en el encapuchado, sino que en ese momento se vinieron todos, todos esos temores de inseguridad que caen en cascada como lluvia de ideas: las acciones vandálicas, los secuestros, las papas bombas, los carteles induciendo a cometer levantamientos violentos, o en la desobediencia de las funciones de una organización pública, privada, colectiva o ciudadana. Todas estas ideas salían de éste castillo de izquierda. Los panfletos de enmascarados, que no son ni el Zorro ni el Santo; donde su único poder es un artefacto explosivo, de gas, armas no convencionales, y en el mejor de casos una piedra.

Seguí caminando hacia la puerta que creía la indicada: la última del pasillo a la izquierda. No tenía una perilla pero se encontraba entre abierta, así que podía pasar. Al abrir esa puerta… esperaba encontrar la oficina que estaba buscando, pero no era ese tipo de oficina…, era el comando táctico y estratégico de un grupo insurgente, terrorista, nazi, xenofóbico, administrativo y cultural… si puede decir. Se notaba claramente que eran las oficinas de esos grupos activistas que salen en los noticieros, esos que pelean contra la policía y los cuerpos antimotines. Pero si fuese el único hecho de encontrar escritorios no me alarmaría, pero no fue sólo eso… existía más… las instalaciones contaban con una gran cantidad de imagines: cruces esvásticas, diferentes fotos de Hitler, medias lunas rojas con martillos, panfletos invitando a la anarquía; sólo sé… que los ojos de un ciudadano común no soporta tanto…, eso lo relacionaba con "leyendas urbanas", "cuentos de terror", o "ciencia ficción", que los periodistas y que los de derecha decían para acusar o defenderse.

Cerré inmediatamente la puerta como si estuviese huyendo o tuviese alguna prisa. Inicié un éxodo rápido y de nuevo me acerqué al celador.

– Allí no habían ningunas oficinas – le comenté como si no hubiese tenido asombro alguno.

– Seguramente deben ser entonces las oficinas de arriba en el segundo piso, por estas escaleras a la derecha, y nuevamente a la derecha – señalando respondió tranquilamente…, como si me hubiese enviado a esa oficina a relajarme…

Me dirigí a la segunda planta. Encontré las oficinas indicadas, pero no se encontraba la persona que estaba buscando. Hablé con una secretaria y me dijo que me apartaría una cita con ella para el día lunes. Y así fue. No fue placentero ver el estado de las instalaciones: faltaban luces, las paredes sufrían una palidez en su color, los cables de teléfonos y redes no poseían canaletas adecuadas, sin mencionar los pasillos llenos de grafitis al más estilo gueto que puede tener un barrio en Nueva York. Pero el impacto más grande que pude tener, fue al momento de bajar por las mismas escaleras por las que subí; se encontraba firme en un muro de la escalera como legendario, en espera de los sucesos que sólo él sabía iba a ocurrir, como si le fuesen a tomar una foto al nuevo libertador de esa organización, era el señor Zopilote. Posaba como sucesor del cóndor de los andes. Él sabía por qué se encontraba en ese sitio, pero lo único que me vino a la cabeza fue: mi llegada a esa universidad, mi entrada cuita a esa habitación, y por último, el ver esa ave. Sólo recapacito… cavilo en lo que me rodea, y lo poco que conozco me dice…, la muerte camina por ésta universidad como un estudiante más, sino es que tiene un beca de por vida.


Hoy día doy gracias a D—s por pensar como pienso, a mis papas por formarme tal cual y como soy, y a la vida por reafirmar cada una de las tesis que poseo; y no es que tenga la razón en todo. Pero de sólo ver la existencia de un grupo de gente (no generalizando, pero no cabe duda que allí se concentran) preparándose para la destrucción de las cosas, llamando a la anarquía, al levantamiento civil sin importar el uso de la fuerza, los heridos y muertos que esto conlleve. Pienso que gente como yo tiene la responsabilidad de no dejar que nunca ellos alcancen el poder.

1 comentario:

Eledero dijo...

Jose:

Es la triste realidad. Yo llevo hiendo a esa universidad desde que tengo uso de conciencia. Yo ya estoy acostumbrado a esa clase de manifestaciones culturales, y tengo que decirte que no son más que la reacción a la exclusión social. A este país le hace falta mayor inclusión social. Nos hace falta un largo trecho. Te lo aseguro.